Por: Juan Manuel López Charles Dickens escribió una de las historias más representativas de la época navideña, de hecho ha sido retomada en producciones tanto de cine, como de televisión; distintas y muy variadas son las versiones que se han hecho de esta gran narración, y definitivamente jamás nos cansaremos de ver sus adaptaciones. Pero ¿Quién es Charles Dickens? Dickens nació el 7 de febrero de 1812, cerca de la ciudad de Portsmouth, Inglaterra. Su padre fue un funcionario público que se mudó con su familia a Londres en 1814, pero en menos de tres años huyeron al condado de Kent, por la vida despilfarrada que llevaba el padre y las deudas que había contraído. |
El estilo de vida que profesaba su padre hizo que entre sus tantas mudanzas, llegara a una en específico que marco gran parte de su vida, fue a la cárcel de Marshalsea, en Londres, a causa de que su padre fuera arrestado por las deudas y, debido a una ley que existía en aquella época, toda la familia tenía “el derecho” de compartir la prisión con el deudor.
A partir de entonces, Dickens comenzó a trabajar diez horas diarias en una fábrica de grasa para zapatos a cambio de seis chelines semanales, con los que debía pagar su estancia y ayudar a su familia, que vivía en la cárcel. La situación de todos mejoró cuando la abuela materna les heredó 250 libras, que sirvieron para cubrir gran parte de las deudas. Sin embargo, el niño fue obligado a seguir trabajando en la fábrica (algo que nunca dejó de reprocharle a su madre).
Aunque Dickens no recibió ninguna educación formal, su memoria prodigiosa le permitió ser un experto del lenguaje y un emotivo narrador, habilidad que en 1827 le diera la oportunidad de ser asistente de abogado en un despacho y rápidamente aprendió taquigrafía. Comenzó redactando minutas de lo que ocurría en los tribunales, y unos años más tarde fue aceptado como periodista parlamentario.
En 1836 logró publicar unos Bocetos de la vida londinense, y ese mismo año lo invitaron a escribir la que podría considerarse su “primera obra” titulada “Papeles póstumos del Club Pickwick” y a partir de aquí comenzó a crecer su fama.
Dickens trabajó para la editorial Chapman & Hall la cual le ofreció escribir historias por entregas a partir de unas ilustraciones realizadas por Robert Seymour, pero Dickens logró convencerlo de que procedieran a la inversa: él crearía un relato y el artista lo ilustraría con algunas viñetas, ilustraciones que hasta el día de hoy siguen conservando algunas de las grande obras de este autor.
A partir de entonces, Dickens comenzó a trabajar diez horas diarias en una fábrica de grasa para zapatos a cambio de seis chelines semanales, con los que debía pagar su estancia y ayudar a su familia, que vivía en la cárcel. La situación de todos mejoró cuando la abuela materna les heredó 250 libras, que sirvieron para cubrir gran parte de las deudas. Sin embargo, el niño fue obligado a seguir trabajando en la fábrica (algo que nunca dejó de reprocharle a su madre).
Aunque Dickens no recibió ninguna educación formal, su memoria prodigiosa le permitió ser un experto del lenguaje y un emotivo narrador, habilidad que en 1827 le diera la oportunidad de ser asistente de abogado en un despacho y rápidamente aprendió taquigrafía. Comenzó redactando minutas de lo que ocurría en los tribunales, y unos años más tarde fue aceptado como periodista parlamentario.
En 1836 logró publicar unos Bocetos de la vida londinense, y ese mismo año lo invitaron a escribir la que podría considerarse su “primera obra” titulada “Papeles póstumos del Club Pickwick” y a partir de aquí comenzó a crecer su fama.
Dickens trabajó para la editorial Chapman & Hall la cual le ofreció escribir historias por entregas a partir de unas ilustraciones realizadas por Robert Seymour, pero Dickens logró convencerlo de que procedieran a la inversa: él crearía un relato y el artista lo ilustraría con algunas viñetas, ilustraciones que hasta el día de hoy siguen conservando algunas de las grande obras de este autor.
Dickens, el gran novelista
El comienzo de su carrera como Novelista lo tuvo en The Morning Chronicle, donde se publicaron sus novelas por entregas. De todos sus relatos publicados hasta entonces, hubo uno que causó conmoción en la sociedad inglesa: Oliver Twist (1837). En éste, Dickens comienza a hacer referencia a los maltratos de los que fue testigo (y protagonista) durante su infancia, y de inmediato puso en una situación vergonzosa a las instituciones de asistencia y a la sociedad misma, que permanecía inmutable ante la orfandad y la miseria.
Más allá de una lección moral, lo que se pude leer en las obras de Dickens, era crear una alegoría de la bondad: ésta podía encontrarse más fácilmente entre asaltantes que entre quienes se disponían a “ayudar” a los desamparados. Para él, la bondad sobrevive a cualquier circunstancia, y ésa es la constante de su relato más célebre: Canción de Navidad (1843).
Navidad, una época de reconciliación Dickens necesitaba reconciliarse con sus lectores (sobretodo con los estadounidenses), ya que lejos de divertirse, empezaba a sentirse agredido por sus ideas contra la esclavitud y el valor del dinero sobrepuesto ante el valor de las personas.
Para lograr esta reconciliación con su público, comenzó a caminar por las calles de Londres cada madrugada y poder concentrarse en la trama de la historia y, sobre todo, “encontrar valor” para escribir de algo que en secreto odiaba con toda su alma y que atacaba con sarcasmo e ironía en sus relatos: la hipocresía que rodeaba la Navidad.
A la vez, y como siempre he pensado, Dickens buscaba tranquilizar su ánimo que tenía en contra de esa festividad, y la mejor forma que encontró fue reinventar su significado; que la Navidad no se limitara sólo a una celebración religiosa, sino que fuera una reflexión de cuanto hacemos a diario, cómo disfrutamos la vida o dejamos de vivirla.
El resultado de esta reflexión fue uno de los estereotipos de codicia y arrogancia más emblemáticos de la historia, por supuesto me refiero a Ebenezer Scrooge, un viejo rico y avaro que no disfruta de nada, al que visitan tres fantasmas para mostrarle cómo ha sido su vida y cuáles serían las tristes consecuencias de continuar con esa actitud mezquina.
Cabe señalar que los personajes de Dickens, no se limitan a ser estereotipos de crítica o ejemplo de la sociedad inglesa, sino que se han convertido en referentes universales de cómo uno puede reponerse a sus propias circunstancias actuando con bondad.
La constante en los relatos de Dickens en que triunfa el espíritu y la virtud del hombre, situaciones que nunca deben confundirse con el “final feliz”, porque ése no existe en la vida real y mucho menos en la literatura, que en otras palabras es una historia no contada de la misma historia.
Si aún no conoces las obras de Dickens, te recomiendo comenzar por “Cuento de Navidad”, un relato corto, de fácil comprensión y muy de acuerdo a estas fechas que estamos por comenzar; crea el hábito de lectura en tu vida diaria.
El comienzo de su carrera como Novelista lo tuvo en The Morning Chronicle, donde se publicaron sus novelas por entregas. De todos sus relatos publicados hasta entonces, hubo uno que causó conmoción en la sociedad inglesa: Oliver Twist (1837). En éste, Dickens comienza a hacer referencia a los maltratos de los que fue testigo (y protagonista) durante su infancia, y de inmediato puso en una situación vergonzosa a las instituciones de asistencia y a la sociedad misma, que permanecía inmutable ante la orfandad y la miseria.
Más allá de una lección moral, lo que se pude leer en las obras de Dickens, era crear una alegoría de la bondad: ésta podía encontrarse más fácilmente entre asaltantes que entre quienes se disponían a “ayudar” a los desamparados. Para él, la bondad sobrevive a cualquier circunstancia, y ésa es la constante de su relato más célebre: Canción de Navidad (1843).
Navidad, una época de reconciliación Dickens necesitaba reconciliarse con sus lectores (sobretodo con los estadounidenses), ya que lejos de divertirse, empezaba a sentirse agredido por sus ideas contra la esclavitud y el valor del dinero sobrepuesto ante el valor de las personas.
Para lograr esta reconciliación con su público, comenzó a caminar por las calles de Londres cada madrugada y poder concentrarse en la trama de la historia y, sobre todo, “encontrar valor” para escribir de algo que en secreto odiaba con toda su alma y que atacaba con sarcasmo e ironía en sus relatos: la hipocresía que rodeaba la Navidad.
A la vez, y como siempre he pensado, Dickens buscaba tranquilizar su ánimo que tenía en contra de esa festividad, y la mejor forma que encontró fue reinventar su significado; que la Navidad no se limitara sólo a una celebración religiosa, sino que fuera una reflexión de cuanto hacemos a diario, cómo disfrutamos la vida o dejamos de vivirla.
El resultado de esta reflexión fue uno de los estereotipos de codicia y arrogancia más emblemáticos de la historia, por supuesto me refiero a Ebenezer Scrooge, un viejo rico y avaro que no disfruta de nada, al que visitan tres fantasmas para mostrarle cómo ha sido su vida y cuáles serían las tristes consecuencias de continuar con esa actitud mezquina.
Cabe señalar que los personajes de Dickens, no se limitan a ser estereotipos de crítica o ejemplo de la sociedad inglesa, sino que se han convertido en referentes universales de cómo uno puede reponerse a sus propias circunstancias actuando con bondad.
La constante en los relatos de Dickens en que triunfa el espíritu y la virtud del hombre, situaciones que nunca deben confundirse con el “final feliz”, porque ése no existe en la vida real y mucho menos en la literatura, que en otras palabras es una historia no contada de la misma historia.
Si aún no conoces las obras de Dickens, te recomiendo comenzar por “Cuento de Navidad”, un relato corto, de fácil comprensión y muy de acuerdo a estas fechas que estamos por comenzar; crea el hábito de lectura en tu vida diaria.